No hay que ser un Ulises clásico
para querer fervientemente regresar a algún lugar añorado por conocido y
deseado. Si bien justamente el Retorno es el hilo argumental de la Odisea, en
la que Homero narra el viaje de vuelta a casa del rey de Ítaca, conocido como
Ulises u Odiseo, tras finalizar la famosa guerra de Troya. El Retorno, por
tanto, se me tercia como el primer concepto a analizar, desde un enfoque tanto
de la Filosofía Contemporánea como de la Filosofía Efímera, en éstas Reflexiones filosóficas del viaje de Ulises,
un viaje sea dicho de paso que en la Odisea trascurre durante diez largos y
tormentosos años.
Entrando ya en materia, la pregunta
obligada es: ¿qué es el Retorno?. En primer lugar apuntar que cabe entender el
concepto del Retorno como la acción de regresar, es decir de ir de vuelta a un
lugar de donde se ha partido, por lo que implica tanto voluntariedad personal como
singularidad del proceso por tener principio y fin. Pero, ¿qué pasaría si en
dicho regreso no concurriera ni la voluntad ni existiera principio y fin?. En
tal caso, debemos suponer que el hombre se encontraría sujeto a la dinámica de
una fuerza mayor semejante a un bucle existencial, equivalente a un sistema de
recurrencia cíclica. Una especie de eterno retorno que ya preanunciaron los
estoicos, y que tanto Nieztsche como Schopenhauer recogieron como idea en sus
obras respectivas de La gaya ciencia
y El Mundo como voluntad y representación,
y que yo mismo desarrollé hace tiempo en las siguientes reflexiones: “Vivimos atrapados en el bucle de nuestro personal sistema energético” y “Venimos de la esfera y, tras una vida en espiral, a la esfera regresamos”, por lo que no voy
a explayarme en éste sentido. Lo que significa que centraré la presente
reflexión en el Retorno como acción voluntaria y con singularidad temporal.
Sobre ésta premisa aclaratoria, del
Retorno me interesan particularmente dos ideas: por un lado el Supuesto de
Inalteración del punto al que se regresa, y por otro lado el Principio de
Causalidad que aboca al hombre a regresar a dicho punto de partida inicial.
1.-Supuesto de Inalteración del Retorno
Si consideramos que el tiempo es
una fuerza de traslación incesante del espacio tridimensional, y que en dicho
continuo espacio-temporal en movimiento la realidad se manifiesta de manera
impermanente, es decir en un recurrente estado de cambio y transformación,
llegaremos a la conclusión que todo punto de partida al que se pretenda
regresar ya no existe. Es decir, que el hecho de regresar a un punto
espacio-temporal del que en algún momento dado se partió es pura ilusión, pues
dicho espacio-temporal no es el mismo, ya que nada nunca es siempre igual como
bien decretó Heráclito, puesto que en caso contrario estaríamos afirmando o
bien la capacidad del hombre de viajar al pasado o bien la inalteración de la
realidad, lo cual en ambos casos se incurre frontalmente contra el Principio de
Realidad.
Pero asimismo, en un mismo sistema
de referencias dinámico ni el punto de partida objeto del Retorno es el mismo
como ya hemos visto, ni el sujeto que pretende regresar a dicho supuesto objeto
de partida tampoco es el mismo, pues éste no está exento del continuo espacio-temporal
en movimiento dentro de una realidad impermanente. Así pues, podemos concluir
que el hombre nunca puede regresar a un lugar de donde partió, sino en todo
caso intentar aproximarse de manera infinita al mismo sin lograr de alcanzarlo
jamás, tal como la asíntota de una recta tangente sobre una curva en el
infinito. Por lo que se puede afirmar que el Retorno como voluntad del hombre es
pura ilusión, pues no puede regresarse a aquello que ya no existe porque nunca
permanece igual y menos desde un punto de referencia personal (el individuo
mismo) que siempre es igualmente diferente.
Luego, ¿si no existe regreso
posible, cuál es la naturaleza real de la ilusión del Retorno?. Cuando creemos
que hemos regresado a un punto de partida, lo que en verdad sucede es un simple
proceso de armonización de dos o más continuos espacio-temporales en movimiento
paralelo (el sujeto del Retorno y el objeto u objetos de dicho Retorno),
proceso para el que se requiere de una resintonización de las frecuencias de
los ritmos de dichos cuerpos en movimiento dentro de un espacio en eterna
traslación, convirtiendo de manera ipso
facto al supuesto punto de partida inicial en un nuevo punto de fuga de
salida en términos de pura geometría, aunque sin que medie convergencia real
entre ambos sistemas de referencia. Es decir, todo regreso significa un nuevo punto
de salida para un camino casi convergente en continuo cambio y transformación.
2.-Principio de
Causalidad del Retorno
Pero, con independencia del
Supuesto de Inalteración, ¿qué causa precede al efecto del Retorno?. Es decir,
¿por qué existe la voluntad, como tendencia conductual recurrente del ser
humano, de acabar regresando al lugar de
donde se ha partido?. Para dar respuesta a dicha pregunta, la física nos alumbra
con el Teorema de Recurrencia de Poincaré, cuyo planteamiento afirma que
ciertos sistemas, después de un tiempo suficientemente largo pero finito,
vuelven a un estado muy cercano si no exactamente igual al estado inicial. Un
teorema que parte de la hipótesis de una cantidad finita de energía que, a su
vez, está confinada en un volumen espacial finito e invariable en el tiempo. Un
postulado que bien puede encajar con la naturaleza del hombre. Pues por una
parte el hombre es energía (Ver: ¿Y si el ser humano solo fuera una unidad de transporte de información de la Energía?), lo que nos recuerda la ley de la
conservación de la energía del primer principio de la termodinámica, la cual
afirma, como sabemos desde temprana edad escolar, que la energía ni se crea ni
se destruyes, solo se transforma. Y por otra parte, porque el Universo como
realidad espacio-temporal en la que se despliega la naturaleza humana es
finito, como bien sabemos por las últimas investigaciones del físico teórico
Stephen Hawking.
No obstante, explicaciones
físicas aparte, lo que es evidente es que todo Retorno viene dado por una
sucesión de acontecimientos que siguen reglas de causalidad, es decir que
siguen un patrón de secuencias concreto de causas-efecto (Ver: Dime en qué caos estás, y te diré qué patrón de futuro te espera). En este sentido, si
entendemos que todo ser humano es un sujeto determinado en su esencia por
condicionantes biológicos (herencia familiar y fisiología propia), ambientales
(hábitat en el que se desarrolla como persona) y psicológicos (capacidad
cognitiva propia derivada de los dos anteriores factores determinantes), y que
asimismo dichos condicionantes suelen estar anclados por una cultura de origen
concreta, por ser el hombre un producto cultural al que le han impuesto una cultura
específica en el momento incluso anterior a su propia concepción, entonces
entenderemos que el ser humano medio vive y se desarrolla en una suma de
historias personales cuyo recorrido existencial es de alcance limitado. Una
restricción natural de recorrido posible que, si se tensiona demasiado alcanza
un punto límite de elasticidad vital que provoca en la persona media una fuerza
reactiva, de igual intensidad pero en sentido contrario, que le retorna al
punto de partida o anclaje cultural, por puro efecto de retroceso de su propia
fuerza cinética tal si de una goma elástica se tratase que tras ser tensionada
se deja soltar. Pues más allá de dicho punto de tensión máximo existencial solo
existe la transgresión de la cultura como identidad personal, un punto de
fractura o de no retorno donde la persona se convierte en un ser postcultural
propio de individuos tan excepcionales como escasos (Ver: El Hombre Indómito).
Es decir, el Principio de
Causalidad del Retorno tiene su razón de ser en la existencia de una cuerda
elástica invisible que ata a todo hombre a su punto de origen o partida. Una
cuerda de naturaleza cultural, con toda la carga psicoemocional implícita que
condiciona al ser humano, que si se tensa excesivamente sin que se llegue a
romper, ya sea por voluntad consciente o por incapacidad personal de
fracturarla, obliga a la persona a regresar a un estado muy cercano a su
principio como punto de origen o partida tras haber llegado al fin de la
singularidad de su limitado recorrido existencial, generando así el tan conocido efecto vital cíclico.
Conscientes, como ya hemos expuesto con anterioridad, que dicho punto de origen
no es el mismo al de partida por el principio impermanente del continuo
espacio-temporal en movimiento de la realidad.
Expuesto lo cual, y a modo de
conclusión podemos decir, al igual que le pasó al Ulises de Homero, que todo
Ulises moderno en su voluntad de retornar a un lugar de partida regresa a un
punto de origen diferente al que conoció y recuerda, y que asimismo dicho deseo
de volver es fruto de su imposibilidad por transgredir psicoemocionalmente la
cultura de origen que le condiciona y le supedita existencialmente. Pues el
hombre medio –que representa el 99’9 por ciento de la humanidad-, en su viaje
personal por buscar su propia identidad, no hace más que reafirmar su naturaleza
cultural de la que surge, perpetuando así el ciclo vital del que parte en su
realidad más inmediata por manifiesta, a la espera que dicho bucle recurrente
pueda ser superado por fracturación por alguna nueva generación familiar
disruptiva venidera.
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano