De entre todos los
vicios, la pereza es el más perjudicial para el ser humano por su
pasividad, por encima incluso de la indiferencia y la apatía (el
resto de vicios requieren de una actitud activa). Con el agravante
que todo vicio es voluntario, como bien defendía Aristóteles
contradiciendo a su propio maestro Platón. Es decir, que la pereza
es una no-acción plenamente consciente.
Si hay alguna época del
año por excelencia en que nos debemos enfrentar de cara y de manera
casi irremediable con la pereza es, justamente, los días
inmediatamente anteriores y posteriores a fin de año. Pues son en
estas fechas cuando las personas se ven empujadas a practicar el
examen de conciencia sobre aquello que no les gusta de su vida, con
la esperanza de poder decantar su balanza vital hacia experiencias a
cuenta mucho más gratificantes a lo largo del transcurso del nuevo
año que van a iniciar. Pero como todos sabemos, del dicho, la
intención, o los deseos, al hecho, hay un gran trecho. No existe
mayor peligro de inanición de la esperanza que la pereza. Que no es
más que convertir una virtud (la esperanza) en un vicio (la pereza).
Los vicios son
desviaciones, malos hábitos, e incluso fallos o defectos como bien
señala su etimología latina. Pero aún en ésta relación de
características definitorias se requiere de una acción previa, por
pequeña que sea. No siendo así en el caso de la pereza, pues éste
vicio se caracteriza por la total y nula actividad. Por lo que
podemos decir que la pereza representa la inacción ya no solo de
cualquier virtud, sino incluso del conjunto de todos los vicios
susceptibles de ser cometidos.
La distancia que separa
la virtud de la esperanza al vicio de la pereza no es otra que el
esfuerzo que conlleva toda acción consciente. Pues para que se
manifieste una acción en el mundo de las formas se requiere de un
esfuerzo personal como energía motriz necesaria para generar dicha
acción o movimiento de una circunstancia, hecho, o situación
concreta en la vida de una persona. Un esfuerzo personal que no debe
ser exclusivamente inicial, sino sostenible en el tiempo para poder
desarrollar dicha acción virtuosa en su plena concepción, pues en
caso contrario nos encontraremos frente al episodio común, por
generalizado, de esas grandes listas llenas de buenos propósitos de
inicio de año que acaban siendo abandonados en las primeras semanas
del año nuevo. Lo cual nos conduce, por deducción directa, al hecho
de observar que no hay esfuerzo sostenible en el tiempo sin la
capacidad de una actitud persistente en dicho esfuerzo durante el
tiempo necesario para concluir la acción que nos hemos propuesto
inicialmente. Todo requiere su tiempo de evolución y madurez.
Como podemos ver, la
esperanza por alcanzar una meta, que nos aporte una nueva y mejorada
condición de vida personal, requiere de una acción consciente. Pero
no hay acción sin esfuerzo, ni esfuerzo que llegue a buen puerto sin
persistencia. De igual manera que, para ser persistentes, debemos de
ser disciplinados en nuestro hábito de comportamiento para alcanzar
tal fin. Un desgaste de energías, por otro lado, imposible de
soportar sin una motivación personal fuertemente focalizada en
conseguir el objeto de nuestras esperanzas. Ergo, el vicio de la
pereza es la no-acción, derivada de una falta de esfuerzo, producida
por una carencia de persistencia, fruto de la inexistencia de un
hábito de conducta disciplinado, que denota un nivel de motivación
personal insuficiente.
Dicho lo cual, es una
evidencia empírica el hecho que vivimos en una sociedad en que los
deseos que alimentan la virtud de la esperanza por alcanzar una vida
personal mejor son sustituidos por el vicio de la pereza. Las razones
sociológicas de dicha tendencia debemos encontrarlas, en primera
instancia, en la cultura imperante del mínimo esfuerzo (donde ni la
persistencia ni la disciplina tienen cabida); y en segunda instancia,
en un estado de mentalidad colectiva generalizada de enajenación de
las vidas propias mediante la distracción absorbente de un
consumismo ocioso. Cuadros de comportamiento en ambos casos
agudizados por la sustitución consciente de la vida personal real
por la vida personal virtual, mediante la conectividad del ser humano
las 24 horas del día con el mundo irreal que ofrece las nuevas
tecnologías, las cuales son capaces de suministrar experiencias
personales que superan en intensidad y variedad las propias de la
vida real sin moverse de casa.
A las puertas del fin de
año, los listados de buenas intenciones para el año entrante se
multiplican, en un rito social de inicio de nuevo ciclo vital lleno
de esperanza. Pues la esperanza no solo es el último reducto
existencial del hombre, aun en sus peores condiciones de calidad de
vida, sino que es la virtud por la cual una persona adquiere el
derecho natural de reinventarse para mejorar. Al menos en el mundo
real. Para aquellos que optan conscientemente por el vicio de la
pereza, siempre les queda poder disfrutar de una segunda vida irreal
en el mundo virtual, donde las leyes de la física no existen y los
vicios se transmutan en virtudes. Aunque, ¿qué vida es aquella que
se vive de manera irreal?. Cuando el hombre convierta las virtudes en
vicios, y los vicios en virtudes, dejará de ser hombre. Pues el
orden natural de las cosas, por reales, es justamente lo que nos
permite manifestarnos como humanos. Más allá del mundo real solo
existe el mundo de lo no-real, en que lo artificial suplanta a lo
natural.
Que el vicio de la pereza
no se imponga, en este nuevo ciclo de vida que iniciamos con la
entrada de año, a la esperanza por alcanzar nuestros deseos de
disfrutar una vida real plenamente mejorada. Puesto que solo fuera de
la pereza hay vida, ya que vivir con esperanza la vida es en si mismo
una virtud que nos dignifica como seres humanos.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano