Este verano me he leído
la novela “El Converso” del granadino José Manuel Fajardo, libro
de lectura recomendable, que trata de las aventuras y desventuras de
dos hombres del siglo XVII cuyas vidas se entrelazan hasta sus
últimos días de existencia teniendo el océano Atlántico y la
piratería como hilo conductor entre Cartagena de Indias, Marruecos e
Inglaterra. Argumento novelístico a parte, lo que me ha atraído de
la novela son los múltiples cambios de vida, al capricho del destino
aireado por la fuerza picaresca de la supervivencia, que protagonizan
los personajes a lo largo de sus vidas. Un tema, el de las muchas
vidas que una persona puede experimentar en una sola vida, que hace
tiempo me atrae como objeto de reflexión.
Y es que, cuando la
ocasión se tercia, al hablar de mis ya alejadas andaduras
profesionales siempre comienzo o acabo con la coletilla: “...en
otra vida pasada”. Sí, en un mundo en continuo cambio y
transformación que transcurre a una velocidad vertiginosa, todas
aquellas experiencias vitales de las que nos distancia un tiempo
prudencial parecen ser fruto de una vida pasada. Y a cada nueva vida
que transcurrimos, no hay lugar a dudas que cambiamos un poco más.
De ahí que las palabras del escritor y filósofo español Miguel de
Unamuno como respuesta a una periodista tomen mayor luz de
entendimiento, si cabe: -No se estrañe si ayer le dije una cosa,
pues seguramente mañana opinaré de manera diferente (recreación
libre de autor).
Pero está claro que para
tener varias vidas se necesita tiempo de vivirlas, por lo que su
percepción solo es posible desde la distancia del observador que
viene dada por la madurez de la edad. Así, cuando era mucho más
joven (y por tanto con menos experiencias en mi saldo personal)
-recuerdo que en aquel entonces tenía mi primera experiencia de
dirección empresarial como gerente-, descubrí “las vidas pasadas”
de la mano del psiquiatra estadounidense Brian Weiss a través de su
libro “Lazos de amor” (libro que me apasionó tanto que compré
varios ejemplares para regalarlos entre las amistades), fundamentado
en historias clínicas reales de pacientes que a través de la
hipnosis conectaban con reencarnaciones pasadas (Reconozco que
posteriormente no pude dejar de comprarme el resto de sus libros, los
cuales devoré como náufrago hambriento). Entonces, aún con un
joven cuerpo casi impoluto de cicatrices vitales, quedé prendado
frente a la puerta que se me abría a la dimensión de vidas pasadas
y a la creencia del determinismo kármico de éstas en nuestra vida
actual, pensamiento que sustenta la filosofía budista (así como en
su momento los primeros cristianos), y que aún persiste hoy en día
en occidente de manera remasterizada en técnicas terapéuticas de
corte new age como las populares Constelaciones Famliares. Así
pues, entendí entonces que el hombre no solo es fruto de su
determinismo biológico (genética), de su determinismo ambiental
(entorno socio-cultural), y de su determinismo psicológico
(capacidad de descodificar y gestionar sus experiencias), sino que
también viene determinado por una herencia pasada -de manejo
misterioso- denominada karma. Aunque este es trigo de otro costal. No
obstante, al paso de los años, uno se percata que el concepto de
vidas de encarnaciones pasadas (con independencia de si nos lo
creemos o no), pierde relevancia frente a la sucesión de varias
vidas que vivimos en una. ¿Para qué recrearnos en vidas anteriores
si ya tenemos más que suficiente con las propias vidas diferentes
que vivimos en cuerpo y alma en ésta, verdad?
Sí, en esta vida computo
-como muchas otras personas- varias vidas pasadas ya, a falta de
realizar el recuento final cuando llegue la hora de partir. Todo un
misterio de nuestra mortal naturaleza. Los que tenemos una cierta
edad, y no se nos ha otorgado el privilegio (o no) de una historia
vital de confort con encefalograma existencial plano, llevamos en
nuestra cuenta muchas vidas pasadas en vida, más si cabe en un
tiempo donde la máxima es la Reinvención personal y profesional en
una sociedad que demanda un esfuerzo de adaptación continuo. Tantas
vidas pasadas llevamos a cuestas que, al final, para saber quiénes
somos en realidad no hay más camino que reencontrarse en la
intimidad de uno mismo, más allá de los largos currículums fruto
de tantas aventuras que no provocan más que confusión para
observadores ajenos (todo un handicap, especialmente, para
reclutadores laborales). Aunque al final, todo hay que decirlo a modo
reivindicativo, la experencia es condición sine qua non en el
camino de la sabiduría personal (algo que solo se entiende con la
edad), cuya laureación se viste con canas.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano