La huida es una ilusión,
o al menos en la vida de las personas. El escapismo de una situación
o circunstancia de la vida que no nos gusta, no es más que la
ilusión que nos genera el simple hecho de avanzar hacia delante.
Pero, ¿hacia dónde avanzamos? Lo cierto es que aunque nos movemos,
nunca abandonamos el sistema energético de referencias del cual
formamos parte, pues esa es la naturaleza de nuestra cosmología, y
no otra. Un universo singular donde si bien podemos modificar
nuestros patrones de comportamiento, los arquetipos energéticos que
nos acompañan desde nuestra tierna infancia se irán sucediendo de
manera periódica con independencia del entorno y el paisaje en el
que nos hallemos. Tal cual si cuando naciéramos fuéramos
introducidos en un bucle energético, y no en otro, que aunque pueda
interconexonarse con terceros bucles a lo largo de nuestra
existencia, no nos permite salirnos de nuestra trayectoria.
Nuestro bucle energético
particular encuentra su origen en nuestro nacimiento y su final en
nuestra muerte, y cuyo rizo -que describe el círculo mismo de
nuestra vida-, se comporta como una cinta de Moebius. Es decir, que
siempre volvemos al mismo lugar que partimos sin tener conciencia de
ello pues creemos, ilusoriamente, que estamos avanzando, ya que la
textura torsionada de nuestro bucle extraño nos hace creer que a
cada nuevo paso estamos en lugares distintos y, por tanto, que
experimentamos cosas nuevas y diferentes. Cuando al final, la esencia
de la naturaleza que experimentamos siempre es la misma: la de
nuestro sistema energético personal al que pertenecemos y estamos
atrapados. Es por ello que, con un poco de retrospectiva, podemos
percibir, o al menos intuir, que a lo largo de la vida siempre nos
reencontramos con personas, situaciones y circunstancias que, aunque
diferentes en forma y lugar, son muy parecidas y reconocibles
energéticamente. Pues las hebras con las que está construido
nuestro bucle son de la misma naturaleza.
Así pues, si en vida
estamos atrapados en un sistema energético de referencias que
constituye la estructura de nuestro bucle existencial, ¿cómo
podemos trascender al mismo para cambiar aquello que nos desagrada de
nuestra vida? Está claro que no podemos modificar los arquetipos
energéticos que como hebras tejen la naturaleza de nuestro bucle,
pero sí que podemos modificar nuestra percepción y, por ende,
comportamiento hacia los mismos. Pues no es de marinero inteligente
navegar contra la naturaleza indomable de los mares. Y no hay
marinero diestro en el arte de navegar los mares sin conciencia de lo
que hace. Es por ello que la Conciencia se nos presenta, en nuestra
vida llena de determinismos, como el único instrumento capaz de
ayudarnos a trascender el bucle energético en el que nos toca
existir.
La Conciencia,
ciertamente, es la última frontera entre dos dimensiones: la del
Hacer y la del Ser, en cuyos mundos las prioridades son diferentes,
capaces de modificar el haz de luz que ilumina nuestras vidas
personales. Pero, asimismo, la Conciencia se presenta como el nodo de
conexión donde Hacer y Ser pueden coexistir en armonía, creando esa
puerta interdimesnional donde la persona puede trascender a su
singular bucle energético en búsqueda de una nueva y renovada
versión del camino de su propia existencia. Es entonces que los
arquetipos energéticos que constituyen la estructura de nuestro
bucle, sucediéndose de manera periódica a lo largo de nuestra
singular trayectoria de formas y apariencias diversas, dejan de
convertirse en obstáculos para transformarse en palancas de cambio
y mejora personal, con la esperanza que nuestros hijos vivan sus
propios y nuevos bucles energéticos que les permita ser mejores
personas al encuentro del camino de su propia felicidad. Sabedores
que la felicidad, en si misma, no es más -ni menos- que un estado de
conciencia y un camino de sabiduría personal. Fiat lux!
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano