Todo espejo no solo
refleja nuestra realidad más inmediata, sino que también lo limita
aunque nos de la ilusión de ampliar nuestro propio espacio. Y en esa
ilusión solemos dar vueltas sobre nuestra realidad reflejada sin
traspasar el límite de sus barreras, con independencia que dicho
espacio sea más o menos holgado, condicionados por un determinismo
ambiental concreto (socio-cultural) que prefigura nuestra percepción
psicológica en relación a nosotros mismos y frente al mundo. Y sin
percatarnos que, al otro lado del espejo, existen otras realidades
diferentes a las nuestras.
Pero a veces, algunas
personas encuentran un paso interdimensional a través del espejo,
como la madriguera del conejo en Alicia en el País de las Maravillas
o el portal de Stargate, que les permite traspasar de su realidad a
otra nueva por descubrir. Una puerta interdimensional que a veces se
haya por azar y otras como fruto de una búsqueda concienzuda, a
veces temporal y otras permanente, pero que una vez encontrado el
paso hacia esa otra realidad -siempre emocionalmente mejor que la de
origen-, todo el mundo se resiste a regresar al otro lado del espejo
del que proviene. De hecho, cuando más tiempo permanece una persona
en la nueva realidad tras el espejo que le separa de su propia
realidad, más le invade la emoción del miedo por regresar, aunque
no sea consciente de ello. Emoción primaria que determinará sus
pensamientos y éstos, por causalidad, sus actos consiguientes por
intentar convertirse en miembro de pleno derecho del nuevo dorado.
(Como les sucede a los protagonistas cinematográficos de “La
Isla”).
Lo interesante de nuestro
tiempo es observar, como algo ya normalizado de nuestro paisaje
cotidiano, que el espejo puede ser tanto de naturaleza física como
virtual. De hecho, a falta de pasos interdimensionales de nuevas y
mejores realidades físicas disponibles, lo que abundan son pases de
libre acceso al otro lado del espejo de naturaleza digital. Así,
vemos como millones de personas viven la mayor parte de su existencia
al otro lado de sus dispositivos móviles, formando un conjunto de
ceros y unos de estética personalizada en una nueva y propia
realidad creada a la carta, de la que solo regresan al lado del
espejo de origen para dormir (limitaciones de las especies
biológicas). Una realidad virtual de ensoñación donde las leyes
físicas del mundo han sido substituidas por las leyes de los
algoritmos matemáticos de un multiuniverso paralelo, donde el
espacio-tiempo es, por esencia, relativo por excelencia y plástico a
voluntad.
Que el otro lado del
espejo sea de naturaleza virtual genera un espacio de hábitat para
el ser humano como especie donde lo real y lo irreal coexisten en el
desarrollo cotidiano de la vida de las personas, un hecho digno para
estudiosos de la antroplogía y de la sociología, que sin duda
determina el tipo de realidades que estamos creando (y que como
individuos experimentamos en carne propia). Una puerta a mundo
irreales que sin duda fue abierta ahora ya hace (solo) 29 años por
el físico-teórico Stephen Wawking cuando popularizó el concepto
del tiempo imaginario en su libro “Breve Historia del Tiempo”,
y que servidor -humildemente- hice mi pequeña aportación ampliando
con el concepto de la velocidad imaginaria en mi libro “La Velocidad, señora del espacio-tiempo”, allá por la década de
los noventa (del siglo pasado, buf!). Pero lo relevante ya no es que
podamos transitar de un lado a otro del espejo pasando de una
realidad real a otra ficticia y viceversa a antojo, sino que la
dimensión irreal que hemos creado como especie está influenciando
en un punto de no retorno a nuestra dimensión real. En otras
palabras, lo irreal o virtual está condicionando y dando forma a lo
real, redefiniendo así el concepto clásico que teníamos sobre la
realidad.
Sea como fuera, y a
diferencia de nuestros ancestros que rehusaban aventurarse más allá
del fin del mundo (donde les aguardaban monstruos mitológicos), el
hombre contemporáneo anhela pasar al otro lado del reflejo de su
espejo, ya sea este real o virtual. Personalmente -y permítaseme
esta confidencia de autor- prefiero el tránsito real al otro lado
del espejo, y sí, debo reconocer que encontré mi propio portal
interdimensional por los designios azarosos de la vida mediante
intermediación de los dioses. Mi portal se llama Teresa, y reconozco
que cada día me cuesta más regresar al lado del espejo del que
provengo, pues ¿quién no quiere vivir el sueño de una nueva y
maravillosa vida sin despertarse?. Pues, como sabiamente cantó el
poeta Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la
vida es sueño, y los sueños, sueños son.” “A reinar, fortuna,
vamos; no me despiertes, si duermo; y si es verdad, no me duermas.”
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano