A
tres días de la Navidad y a doce días de haber cumplido los 45, en
un año más y sigue y suma de mi balance vital personal, dejo
reflejado en el día de hoy en mi cuaderno de bitácora el hecho que
esta mañana me he levantado percatándome, con mayor peso de
conciencia si cabe y cierta apatía, la evidencia manifiesta de que
hemos aceptado con normalidad como especie el hecho que para poder
vivir bien unos pocos, otros deben vivir mal e incluso morir por
ello. Una regla no escrita del ser humano que se remonta a los
albores de la humanidad y que se repite sistemáticamente a lo largo
de nuestra Historia. Para muestra un botón: en antaño encerrábamos
a los esclavos en galeras obligándoles a hacer trabajos forzados en
la navegación, en la actualidad encerramos a los nuevos esclavos
(ciudadanos de tercera) en naves textiles obligándoles a hacer
trabajos forzados para que podamos adquirir por 10€ prendas de moda
en los principales centros comerciales de nuestra ciudad. Prendas,
por otro lado, que vestiremos para celebrar estas fechas navideñas,
cuando el genuino mensaje navideño justamente se dirige a los más
desprotegidos del planeta: los que fabrican la prenda que lucimos,
entre otros desamparados.
Pero
si algún contraste de realidades, por antagónicas, me ha llamado la
atención especialmente en estas semanas prenavideñas -entre
innumerables desigualdades sociales a elegir, dentro y fuera de
nuestra sociedad-, ha sido la celebración del descubrimiento del
milagro de la (casi) eterna juventud por parte de unos científicos
españoles, frente a la pesadumbre y vergüenza ahogada que nos
supone la masacre y destrucción de Alepo (una ciudad más grande que
Barcelona).
En
un punto del planeta, en la zona del llamado primer mundo,
fantaseamos ya todos con la posibilidad de ganar la batalla a la
muerte, pues el descubrimiento de los investigadores no solo se
refiere a borrar arrugas y canas, sino de frenar los verdaderos signos de la vejez y mejorar el funcionamiento de los órganos
mediante una técnica de reprogramación celular, lo que permite
frenar nuestro reloj biológico además de sumar 25 años más a
nuestras vidas. Un descubrimiento revolucionario que junto al diseño
de órganos en 3D mediante el cultivo de células humanas
artificiales nos empuja a una nueva era de la humanidad solo
imaginable en la ciencia ficción, lo que seguro va a tener
repercusiones directas a nivel sociológico y económico. A nivel
sociológico, en un mundo de larga longevidad, no es de extrañar que
en un futuro no muy lejano se limite por ley (prohíba) la natalidad
mundial, y que el tener hijos solo sea un privilegio de unos pocos,
los más pudientes económicamente, claro. Mientras que a nivel
económico, los efectos ya se pueden vislumbrar en el horizonte,
puesto que el llamado tsunami digital de la revolución tecnológica
prevé que el 47 por ciento del empleo, tal y como lo conocemos hoy en
día, desaparecerá en una o como máximo dos décadas, y el 90 por
ciento de las profesiones que perduren sufrirán profundas
transformaciones -según previsiones de la Universidad de Oxford y
otras instituciones-. Una revolución para el mercado laboral que, a
ojos de la propia Unión Europea, colocará en la punta de lanza como
profesiones más demandadas a los Analistas y Programadores de
Internet de las Cosas, los Arquitectos de Nuevas Realidades
Virtuales, los Científicos de Datos, los Diseñadores de Órganos
Artificiales, los Terapeutas de Empatía Artificial para Robots, los
Impresores de 3-D, los Ingenieros de Nanorobots Médicos, o los
Abogados especializados en Drones y Ciberseguridad.
Mientras
tanto, en otro punto cualquiera de la parte opuesta del planeta, en
la zona llamada del segundo mundo, cuna en su tiempo de la
civilización occidental, personas a título individual divulgan a través de las redes sociales su último mensaje vital en un clamo
desesperado de ayuda. Me refiero a la catástrofe humanitaria de
Alepo, de rabiosa actualidad en los medios de comunicación, donde
vemos día sí y día también centenares de muertos en las calles,
niños incluidos, como resultado de un incesante bombardeo
indiscriminado a la población civil por parte de los bandos
implicados en la contienda. Y nosotros, como meros espectadores
esterilizados emocionalmente tras la pantalla, sin ni siquiera
entender quiénes son los buenos o los malos (tampoco nos importa
mucho, solo entendemos que es un tema que a lo que a nosotros se
refiere afecta al equilibrio geopolítico), aceptamos esta realidad
como normal. Con la normalidad de quien en la comodidad del sofá de
su casa se distrae ociosamente viendo películas de acción donde la
muerte sin sentido (y con ella el ensañamiento del sufrimiento
humano) forma parte natural del argumento. Y si no nos gusta lo que
vemos, apagamos el televisor. Una normalidad pareja a la que
disfrutaban los ciudadanos romanos en los sangrientos espectáculos
que se realizaban en los Circos Romanos. Aunque para Circo Romano del
siglo XXI en su máxima manifestación, el reality de los Juegos del Hambre que Rusia ha anunciado que emitirá a partir de este 2017 donde estará permitido violar, mutilar y matar, para
“disfrute” de los espectadores. (Recomiendo la lectura del
artículo: “Nosotros, los ciudadanos del primer mundo, somos el Capitolio de Los Juegos del Hambre”). Un reality que espero
que la Comunidad Internacional prohíba su emisión en el resto del
mundo, por posible compra de derechos comerciales por parte de
cadenas de televisión de terceros países; aunque sé de antemano
que ello es tan inviable y moralmente debatible como pedir que se
censure la emisión de la masacre -con historias con nombres y
apellidos propios de violaciones, mutilaciones y asesinatos
incluidos-, que sufren en su realidad cotidiana los ciudadanos de
Alepo. Y, además, en un mundo donde los principios y valores morales
los determina el Mercado y sus criterios de rentabilidad económica,
cuyo credo no es precisamente de corte humanista.
Sí,
esta mañana me he levantado con esa claridad de mente que te permite
ver que hemos aceptado como normal el hecho que para poder vivir bien
unos pocos, otros deben vivir mal e incluso morir por ello. Y que
tristemente forma parte de nuestra paradoja humana. Como ya decía
Sócrates en la obra la República de Platón (permítaseme la
libre expresión de autor, pues reproduzco de memoria):
-Todos
los hombres tendrán los mismos derechos y serán iguales en la
ciudad ideal
A
lo que un personaje le preguntó:
-Y,
entonces, ¿quién limpiará las calles y nos servirá?
A lo
que Sócrates respondió:
-Para
ello tendremos esclavos.
Cuatro
siglos más tarde, un hombre llamado Jesús predicaba la igualdad entre los hombres en el
desierto,.... hasta la fecha!
Nihil
novum sub sole (Nada hay
nuevo bajo el sol)
Registro
de Bitácora: Tarraco, a 21 de
diciembre de 2016
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