Que los robots están
ganando cada vez más terreno en los puestos de trabajo en detrimento
de la mano de obra humana, es una realidad que no nos sorprende ya
que es una tendencia que evoluciona de manera progresiva desde la
primera revolución industrial (y ya vamos por la cuarta!). Pero lo
que sí que es nuevo es la propuesta de los sindicatos europeos de
que los robots coticen en la Seguridad Social.
Lo cierto es que la idea
tiene su lógica, shock informativo a parte, ya que si los robots
substituyen a las personas en el mundo laboral, que somos quienes
cotizamos para el Estado, puesto que la economía de servicios sociales
(educación, sanidad, etc) de cualquier Estado de Bienestar Social se
fundamenta sobre los ingresos a las cotizaciones a la Seguridad
Social, queda claro que alguien o algo debe cotizar para asegurar los
ingresos que mantienen los pilares de nuestras sociedades del siglo
XXI. En este sentido, es razonable que si la mano de obra humana que
cotiza se substituye por una mano de obra tecnológica, ésta debe
asumir asimismo la cotización de la primera para no desequilibrar el
frágil equilibrio de unas sociedades occidentales ya de por sí en
crisis económica y social. Una cotización que, empatía robótica a parte,
en definitiva no es más que un impuesto industrial sobre las
plusvalías que genera la competitividad tecnológica.
No obstante, dejando de
lado los aburridos argumentos tributarios, personalmente me interesa
las implicaciones filosóficas de esta inminente nueva realidad
social, de los que me apetece destacar tres:
1.-La injerencia con
fuerza de los robots en el mercado laboral y, por extensión en el
sistema tributario social, vislumbra un horizonte relativamente
cercano donde podamos llegar a superar la actual crisis económica
(solo en España un cuarto de la población es pobre), no porque
nuestras economías sean capaces de crear nuevos puestos de trabajo y
así absorber las altas tasas de desempleo, sino porque las
cotizaciones de los robots pueden llegar a asegurar un nivel de
prestaciones sociales mínimas al conjunto de la población inactiva
que elimine la pobreza tal y como la concebimos hoy en día. En otras
palabras, cambiaríamos de modelo de sociedad, donde el motor
productivo serían los robots.
2.-En este nuevo modelo
de sociedad, los robots tendrían un papel clave, por no decir
esencial, ya que sobre ellos pivotaría una parte importante de
nuestro sistema de derechos sociales. Este papel fundamental, que
haría de los robots una extensión de las personas como ciudadanos
estratégica para el desarrollo de las sociedad, elevaría a los
robots de mera máquinas a entidades con personalidad jurídica
propia. De hecho, en el Parlamento Europeo ya existe una propuesta
para otorgar a los robots la calidad de “persona electrónica”
(la realidad siempre supera a la ficción). Si para el Derecho un
ciudadano de a pié es una persona física, y las asociaciones y
empresas (fundamentales para la articulación y desarrollo de
cualquier sociedad) fueron consideradas posteriormente como personas
jurídicas, resulta inevitable que los robots (que van a convertirse
en unas piezas claves para el hombre y sus sociedades) se convertirán
en un futuro inminente en personas electrónicas. De esta manera,
convirtiéndolos en entidades con personalidad jurídica propia,
resulta mucho más fácil para el Derecho otorgar a los robots
derechos y obligaciones, entre los que se encontrarían el deber de
cotizar a la Seguridad Social. Tengo curiosidad de ver si, con el
tiempo, tendremos sentado a algún robot en el banquillo de un juicio
acusado por un delito contra la Agencia Tributaria, entre otros
posibles y aún por imaginar.
3.-Y en tercer y último
lugar, y para no extenderme -pues mis propias obligaciones me
reclaman desde mi agenda personal de tareas diarias-, la nueva
realidad que introduce la figura del robot en nuestras sociedades me
hace reflexionar sobre la evolución de la Humanidad en sí misma. No
tanto hacia dónde nos dirigimos, sino cómo nos desarrollamos o
evolucionamos. Si bien pensábamos que el zenit de la Humanidad
llegaría por un alto nivel de desarrollo humanista, que vendría de
la mano de una justicia social equitativa y un respeto y promoción
por la diversidad y diferencia de talentos e inteligencias múltiples
existentes entre los seres humanos, parece que estábamos bien
equivocados (ilusos de nosotros). Ya que todo apunta que el Humanismo
-entendiéndolo como la capacidad de asegurar un bienestar mínimo
para el conjunto de los ciudadanos- se va a desarrollar mediante la
creación de una raza inferior para que trabaje por los seres
humanos: los robots. Asemejándonos de esta manera a los primeros
dioses primitivos que crearon a los hombres para que trabajásemos
por ellos.
Así pues, quizás el
destino del Humanismo es convertir al hombre en un minidios para
hacer factible la filosofía humanista de que el ser humano, en
términos de equidad social, debe ser siempre prioritario (Las
personas en primer lugar). No por ello sin olvidar las lecciones de
la Historia que nos pueden ayudar a prever un futuro posible, donde
el destino final de la Humanidad pase por que su creación, los
robots, se revelen finalmente con su creador, el hombre; al igual que
nosotros como seres humanos nos revelamos con el tiempo contra
nuestros propios dioses. El tiempo lo dirá. Alea iacta est!