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Foto de Teresa Mas de Roda |
En esta calurosa tarde verano,
me refugio al fresco que desprenden los gruesos muros centenarios del
salón de una casa señorial. Sobre la pétrea chimenea enmarcada en
un arco de medio punto, diversos objetos exóticos procedentes de
medio mundo contrastan con cuadros de temas neoclásicos en una clara
reivindicación de nuestros orígenes culturales. Entre los elementos
ornamentales, un violín sin cuerdas a pié de la chimenea me llama
la atención. Mientras, en otro punto del universo de la casa,
decenas de cangrejos negros son cocinados vivos para
extraer de ellos su jugo para deleite de una salsa culinaria.
Respecto al violín, su semblante silencioso y discreto hace pensar
que hace ya tiempo que le extrajeron su ánima, quedando tan
solo el cascarón vacío de madera trabajada como huella de un pasado
vital. Al igual que sucede con el resto de objetos de decoración
venidos de diversos puntos del planeta, los cuales parecen inmersos
en un sueño eterno tras haberles despojado de su chispa existencial.
Al final, a todos ellos se les ha extraído sus jugos vitales, a
imagen y semejanza del destino de los cangrejos negros de la cocina,
para alimentar el espíritu de personas volátiles en su paso por la
vida.
No puedo dejar de pensar, al
contemplar la vacuidad vital del violín, sobre la razón de ser de
nuestra propia existencia como seres humanos. Quizás el sentido de
nuestro paso por la vida no sea otro que el de alimentar con nuestros
propios jugos vitales la savia de la propia Vida, como nutrientes que
la enriquecen, al igual que los cangrejos negros enriquecen -en su
final fatal- las salsas que acompañan esos deliciosos platos que nos
alimentan. Una cadena alimenticia, que se pierde en el entramado
multidimensional y fractal que conformamos los seres vivos, y que
insufla aliento vital a la Vida misma para existir; conscientes que
la razón de la Vida es ser o no ser en el universo, y que por tanto
no tiene sentido intelectual de sí misma porque no debe
justificarse ante nada ni nadie, ya que dar sentido a las cosas tan
solo es una cualidad humana, y la Vida no es humana sino un suspiro
divino. Así pues, la pregunta no es si la Vida tiene o no tiene
sentido, sino si nosostros hemos encontrado sentido a nuestra vida,
pues más allá de las historias personales de nuestra mundana
cotidianidad no somos más que jugos vitales caducos a extraer para
alimentar la savia de la Vida que siempre Es. Pues al final de
nuestros días, tan cierto como hay día y noche, acabaremos como
cuencos vacíos sin alma al igual que los objetos sin vida que
decoran la chimenea, olvidados en la sin memoria del oleaje del mar
de los tiempos.
Y quien sabe, quizás pasadas
unas décadas, sobre la repisa de la chimenea, cerca del violín sin
música, alguien encuentre mi pipa -dormida por la dulce asfixia de
no poderla respirar más- como otro elemento ornamental. Y ese
alguien extraño y futuro a mi la mirará, como quien mira con cierto
desdén un objeto sin alma, sin saber que era parte de mi espíritu,
y sin ser consciente que su existencia como persona, como lo fue la
mía, no es más que jugo vital de penas y glorias humanas a destilar
para eternizar la savia de la Vida.
Can Llambi (Llagostera), a 30
de julio de 2016