Acabo de leer el excelente
especial gráfico sobre gasto y deuda militar española publicado por eldiario.es,
y divulgado hace 3 horas a través twiter por su director Ignacio Escolar, el
cual expone que España nos hemos gastado 30.000 millones de euros en armamento
militar, lo que conlleva unas deudas para las arcas del Estado de 21.400
millones de euros que deberá acarrear el próximo ejecutivo en la siguiente
legislatura. Ya que como país –gracias a
la gestión del ministro de Defensa, ex directivo de una de las grandes empresas
armamentísticas españolas, y bajo el beneplácito del presidente del Gobierno-, tenemos pendiente el pago de 1.764 efectivos
entre carros de combate, aviones, misiles, submarinos, cazas, aviones de
transporte o fragatas y buques. Armamento que según los analistas militares
tienen nulo valor estratégico y que se han adquirido por su capacidad “disuasoria”.
Pero (i)lógica militar a parte,
cabe apuntar el valor de estos efectivos por unidad. Veamos: un avión
Eurofighter 2000 cuesta 145 millones de euros, un tanque Leopard cuesta 10
millones de euros, un misil Taurus cuesta 1,4 millones de euros, un helicóptero
Tigre cuesta 63 millones de euros, un submarino S-80 cuesta 533 millones de
euros, un barco de guerra cuesta 355 millones de euros y una Fragata F-105
cuesta 145 millones de euros. Y a partir de aquí, solo toca llenar la cesta de
la compra.
Esta realidad contrasta con el
dato objetivo que cada día mueren en el mundo 17.000 niños por causas evitables,
según UNICEF (organismo de Naciones Unidas), de los cuales 10.000 muertes diarias
están directamente relacionadas con el hambre por desnutrición aguda. Es decir,
una tasa de mortalidad flagrante que provocaría que en una sola semana no
quedara ningún habitante vivo en una capital de provincia como Tarragona, que
en solo dos meses no quedara nadie en Sevilla, o que en 5 meses no quedara ningún
habitante en Barcelona ciudad.
La parte positiva, es que con tan
solo 12 euros se puede salvar de la muerte segura a 3 niños por desnutrición
severa. Lo que significa que si España dedicase su gasto de la compra de un
solo submarino S-80 a luchar contra la desnutrición aguda infantil, salvaríamos
la vida de 133.250 millones de niños, o lo que es lo mismo, erradicaríamos del
mundo la muerte por hambre infantil durante 13.325 días, que representa la no
friolera cifra de 36,5 años, casi 4 décadas. ¿No es esta una mejor y mayor
eficaz política de cooperación al desarrollo internacional, en lugar de
gastarnos el dinero de los contribuyentes en un recurso público que no
necesitamos y del que solo se beneficia la industria privada armamentística?
Lo que queda claro a estas
alturas de la película, es que realmente a los contribuyentes de cualquier país
occidental salvar vidas nos sale muy barato, mientras que matar vidas nos sale
muy caro. Pero como todo en esta vida, lo barato aunque aporte la paz y la
defensa de los derechos humanos no interesa al no generar dividendos privados.
Pues el capital mira por sus saldos financieros positivos, que en una
distorsionada y enfermiza economía de mercado global se contrapone de frente
con la posibilidad de generar saldos sociales positivos a nivel global.
No obstante, no tenemos que
perder de vista que esta manera de hacer “política internacional”, que conlleva
perdurar las desigualdades y la injusticia social en el mundo, se financia con
dinero público, es decir, con dinero de todos. Y que quienes gestionan este
dinero, con independencia de sus intereses y sus visiones partidistas y
clasistas del mundo –donde unos tienen derecho a vivir, y otros no-, son ciudadanos
de carne y huesos como el resto de mortales que pueden ser elegidos o
reprobados de su función pública mediante procesos electorales periódicos en
las sociedades democráticas. Así pues, dejémonos de hipocresías, pues en nuestro
voto se refleja el nivel de conciencia y de desarrollo humano de nuestras
sociedades.