Muchos son los economistas que,
desde el 2010, exponen que en vez de encontrarnos en una crisis coyuntural o
estructural –según la idiosincrasia de cada país-, nos hayamos en el epicentro
de una crisis sistémica. Pero, ¿quién quiere escuchar a pájaros de mal agüero,
verdad? Lo que todos queremos siempre es, en jerga popular, que nos regalen los
oídos.
Una crisis sistémica es aquella
que sucede cuando el sistema en su conjunto está en crisis, es decir, cuando el
sistema colapsa por incapacidad, sobrepasamiento o por falta de instrumentos para
resolver los problemas o desastres creados por su propia dinámica. Como una
bomba de relojería, para entendernos, que no tiene otro final posible que la
explosión, tratándose en este caso de una explosión expansiva. Una bomba cuyo
temporalizador de cuenta atrás se activó hace ya casi un siglo con la crisis
del 29.
Una crisis económica que, por ser
sistémica, no solo afecta a Estados Unidos, Europa y Japón, sino también a las llamadas
potencias emergentes como China, Brasil, la India y Rusia, así como a otras
economías emergentes de Sudamérica como México, Chile o Ecuador, por poner
algunos ejemplos.
Ante esta situación, queda claro
que el sistema económico actual en el que se basa el desarrollo de la humanidad
cuenta con fecha de caducidad vencida -como una flor que ya ha recorrido todo
su proceso de vida natural-, lo que significa que a nivel global debemos
reinventar nuestro sistema de crecimiento económico bajo parámetros de
sostenibilidad financiera (y por supuesto medioambiental), así como de equidad social.
Ya que en un escenario de crisis sistémica la brecha social entre ricos y
pobres aumenta exponencialmente.
Llegados a este punto, el
concepto de éxito personal y empresarial se pone bajo revisión, enfrentando el
modelo de éxito clásico, basado en una feroz competitividad capitalista que
busca la máxima del beneficio personal en detrimento de terceros, frente a un
modelo de éxito acorde al contexto de una crisis sistémica, basado en una
competitividad sostenible que busca la autorrealización de disfrutar de una
vida digna en consonancia con el buen desarrollo del conjunto de la sociedad.
En definitiva, dos conceptos antagónicos de éxito que no vienen transmutados
por ninguna buena voluntad de ética empresarial, sino por el irreversible
cambio de paradigma en la transición de una economía capitalista caduca hacia
una economía humanista germinal. Como dijo el César, alea iacta est.
Así pues, el principio del éxito en
el contexto de una crisis sistémica como la actual, en pleno proceso hacia un
nuevo modelo económico aún por definir, no es otro que la búsqueda de la sostenibilidad
entre los ámbitos privado, empresarial y social de toda persona. Un principio
de sostenibilidad que incluye, por concepción propia, valores humanistas y
sociales que tienen como fuente de inspiración los modelos de Estado del
Bienestar social. Ya que cualquier otro modelo de sistema referencial de éxito
en medio de una crisis sistémica, que no cuente con las coordenadas de la
sostenibilidad personal, la sostenibilidad empresarial y la sostenibilidad
social, está abocada a la quiebra técnica. Pues no hay empresa que venda sin
sociedad que consuma, ni persona que pueda vivir sin una empresa que genere
trabajo o rentas.
Si éxito en un contexto de crisis
sistémica es sostenibilidad, la pregunta del millón no es otra que: ¿cómo se
alcanza el punto de sostenibilidad en un sistema referencial de triple coordenadas?
La respuesta, por sencilla, no resulta fácil a la práctica: mediante el
reajuste de flujos de activos y pasivos entre la partes. Un reto a alcanzar en
el futuro inminente.
Nihil novum sub sole
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