¿Os imagináis dos códigos
informáticos diferentes, como el clásico binario formado por 2 bits y el moderno
ASCII formado por 8 bits, comunicando entre sí? Bueno, de hecho en la
actualidad ya se comunican, pero no directamente sino a través de lenguajes
ensambladores que los adaptan entre sí. Y, ¿entre estos y un código informático
cuántico, que en vez de bits utiliza qubits que se basan en complejos
algoritmos en el marco de un nuevo paradigma de computación? Inteligencias
diferentes que, sin un conversor adecuado, no pueden comunicarse de manera
directa.
Pues lo mismo sucede con personas
con inteligencias diferentes, que si el entorno no es capaz de acoplarlas
adecuadamente no pueden comunicarse entre sí, dando como inevitable resultado
un choque seguro de maneras dispares de ver, entender y enjuiciar el mundo.
Que, por otro lado, da como resultado la paradoja, aunque enriquecedora, de descodificaciones
dispares de una misma realidad.
El problema radica cuando la
diversidad de inteligencias no se concibe como algo enriquecedor, sino más bien
como una comunicación distorsionada, incomprendida o, incluso, peligrosa
(frente a cualquier status quo vigente,
ya sea familiar, social o empresarial). En dicho caso, el tipo de inteligencia
predominante intentará anular la inteligencia disonante, que se verá abocada en
una falta de encaje social de su realidad más inmediata, desaprovechando así su
valor añadido para beneficio del resto del conjunto.
No obstante, en un mundo en
emergencia de la cultura de la gestión del conocimiento, hemos llegado a
entender (y comenzar a aceptar) que toda persona cuenta con inteligencias
múltiples. Y aunque en cada persona a título individual despuntan unas más que
otras, dichas inteligencias solo pueden desarrollarse en todo su potencial
mediante un entorno adecuado. Parafraseando a Einstein: “Todos somos unos genios.
Pero si juzgas a un pez por su habilidad de escalar un árbol, vivirá su vida entera
creyendo que es un estúpido”. De alguna forma, algo parecido está sucediendo en
la actualidad en el mundo laboral –como ha pasado en todo el pasado reciente de
la humanidad, bajo otros parámetros de prioridad social-, con la tendencia impuesta
por los perfiles “executives” sobre base financiera, tecnológica e ingeniera.
A pesar de las resistencias
naturales del ser humano por aceptar la diferencia, lo que parece evidente es
que el conjunto de la humanidad dará un salto cualitativo como especie el día
en que aprendamos a gestionar de manera rentable las inteligencias múltiples.
Para ello, si no queremos que dos inteligencias diferentes continúen chocando –con
el balance negativo que ello representa-, debemos apostar por una sociedad
donde se forme en el desarrollo competencial de sus individuos, y se educe en
una clara relación interpersonal basada en la inteligencia emocional como
germen del respeto a la diversidad que siempre suma y enriquece.
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