El éxito de la emprendedoría en
España es como la zanahoria colgada en la punta de un palo atado a un caballo,
que el ansioso animal nunca llegará a alcanzar, pero que le obliga a correr
detrás de ella hasta que agote sus energías vitales y se quede exhausto sentado
en medio del camino, mientras los hacedores de zanahorias campan a sus anchas
ante la entregada distracción del animal.
Pero, ¿por qué le dio al caballo
correr tras la zanahoria? La respuesta no se halla en el deleite de la jugosa
recompensa, sino más bien en la motivación de ecos de tierras lejanas que
animaban a emprender para alcanzar el premiado éxito social en un mercado de
libre competencia. Aunque esta buena nueva tardó más de tres décadas en calar
en la climatología de nuestra piel ibera, quizás a causa de la resistencia de los
fuertes vientos transatlánticos.
No obstante, fuera como fuese,
los ecos de la fiebre de la emprendedoría de corte liberal se colaron en
nuestro país como perfumes embriagadores a través de los conductos de
ventilación de escuelas de negocio, universidades de postín, y despachos de
directivos anglosajanados, bajo el principio de "un hombre, un sueño personal a
realizar", y sobre una premisa capitalista no de igualdad material sino de
igualdad de oportunidades en una sociedad abundante de recursos y opulenta en
apariencias.
Pero, como siempre, hasta los
ecos de aires frescos nos llegan con retraso. Y como si de una luz de estrella
que vemos en el firmamento pero que ya no existe en su origen se tratara, ante
el desmantelamiento de nuestro estado del bienestar social causado por la quiebra
fraudulenta del sistema, los señoritos de los cortijos de las instituciones públicas
distribuyen y animan el uso de la vacuna del emprendimiento como remedio al
miedo al fracaso social, promulgando tantos espejismos de zanahorias como
caballos dispuestos a alcanzarlas hubiera, tal si de una nueva fórmula de opio
para el pueblo trabajador y de la extinta clase media se tratase. Aunque, esta
vez, con el pistoletazo de salida en una sociedad expoliada de recursos, de bloqueo
de acceso a la financiación y sin capacidad de consumo privado y, por tanto, garantizando a todas luces una empresa en desigualdad de oportunidades.
Y en este yermo paraje, tras un
paisaje plagado de emprendedores extenuados yacidos a lo largo del camino, ya
no hay quien emprenda, no por miedo a fracasar, sino por un hastío generalizado
a esforzarse por nada más que consumir su propio aliento vital.
Y es, en este justo momento, que
el caballo que perseguía la zanahoria se percata –reinventado al filósofo y
escritor francés Camus- que es en España donde su generación aprendió que uno
puede estar altamente cualificado y ser derrotado, que la fuerza del egoísmo del
Capital puede destruir el alma, y que a veces el coraje del emprendedor no
obtiene recompensa alguna más que nuevas y pesadas penurias.
Quizás el caballo extenuado en
medio del camino que perseguía la ilusoria zanahoria no tiene ya fuerzas para
levantarse, pero es lección aprendida inequívoca para los nuevos emprendedores
que antes de correr tras la zanahoria deben cambiar las reglas del juego de la
economía de Mercado, y ello pasa previamente por cambiar la sociedad donde unos
pocos han usurpado los bienes de los muchos. Pues sin redistribución de la
riqueza, no hay igualdad de oportunidades: principio básico para la existencia
de cualquier emprendedor.
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