El vacío es aquel espacio que se
sitúa en el trayecto entre dos neuronas que, en su entramado sináptico,
perciben, recrean y dan forma al mundo que concebimos. Un espacio de tiempo
generado entre la conexión de neuronas, donde la infinitud del universo se
manifiesta por un aliento eterno de décimas de segundos, y en que la Nada lo es
Todo.
Salvado el vértigo claustrofóbico
que nos genera el vacío secuencial del universo, nuestros mundos se reinician
del apagado biológico del sistema cada milésimas de segundo mediante la periódica
pero discontinua interconexión de neuronas que prosiguen su interrelación entre
sí. Como si los espacios generados entre nuestros neurotransmisores de
carbono-12 formaran parte del diálogo interno y con el mundo exterior, tal cual
el lenguaje de puntos, rayas y espacios del morse, o el lenguaje informático de
programación de extensas cadenas de ceros, unos y espacios.
Y en esa interconexión entre
neuronas, nos relacionamos con el mundo de Pepe, de Ana y de Juan, a su vez que
Pepe se relaciona con nosotros y con Ana y Juan, y Ana se relaciona con Pepe,
Juan y nosotros, de igual e inevitable manera que Juan se relaciona con Ana,
nosotros y Pepe, y así en un rico sistema relacional fractal y multidimensional
en el que nuestro mundo no es más que el resultado causal lógico y directo de
un poliedro global de vértices neurológicos, al que llamamos sociedad, y por el
que estamos determinados.
Una estructura poliédrica de mundos interrelacionados que lejos de liberarnos, nos encarcela en una realidad predeterminada, y cuya única fuga posible es a través de dichas conexiones donde reina el silencio del vacío.
Por lo que si uno o una quiere
liberarse de su mundo y explorar los confines del espacio desconocido, en busca
de nuevas realidades por descubrir, no puede más que adentrarse en el vacío del
universo existente en el trayecto entre conexiones neurológicas, donde la Nada
es la cuna del Todo.
Una oscura Nada omnipresente que
engloba y observa los mundos neuronales como estrellas diminutas esparcidas en
el firmamento. Una cuna del Todo capaz de generar vida en su profundo silencio,
pero no desde el hacer limitado y predeterminado de los pensamientos reflejos
de las interconexiones neurológicas, sino desde el ser que contrae y expande el
propio universo con su respiración.
Inspiramos, exhalamos. Inspiramos,
exhalamos. Y en este respirar paramos todo pensamiento al permanecer en el vacío
del espacio existente en el trayecto de conexión entre dos o más neuronas.
Inspiramos y exhalamos, y en este dejar de hacer para ser y respirar desde la atemporalidad
de la Nada rediseñamos nuestra estructura neurológica, como almas que deben ser
reformateadas en un proceso de autosanación, para recrear una mejor y renovada versión
de nosotros mismos que encaje en una nueva realidad externa al mundo conocido.