Antes de la creación del
universo, en el Big-Bang, si la velocidad hubiera sido ligeramente inferior o
superior, el universo se hubiera contraído antes de que hubieran surgido las
estrellas o se hubieran expandido con tal rapidez que jamás se habrían formado
tales estrellas. Así, con este párrafo, cerraba la contraportada de la obra “La velocidad, señora del espacio-tiempo”, que escribí a los 25 años y que ahora,
18 años más tarde, he querido recuperar en un momento de reflexión vital. Una pequeña
obra que, por cierto –y permítaseme un instante fugaz de ego efímero e inútil-,
fue aplaudida en 1998 por el físico e investigador científico Jorge Wagensberg,
entonces director del Museo de la Ciencia de Barcelona, ahora renombrado como CosmoCaixa.
Si damos por hecho que la
velocidad –que es el movimiento en mayor o menor medida de un punto de
universo- es una de las dos dimensiones del tiempo, junto a la dirección
(puesto que es absurdo concebir solo el tiempo real como una línea horizontal
que va de izquierda a derecha, es decir en una dirección, sin una traslación de
la misma que no es más que la velocidad que mueve dicha dirección), debemos dar
por hecho asimismo que la velocidad es la dimensión que posibilita las
diferentes posiciones de un punto de universo mediante la articulación de sus
cuatro restantes dimensiones, coordenadas o valores de su estructura
espacio-temporal. Es decir, que la velocidad determina nuestra posición en cada
uno de los momentos de nuestra vida dentro del mundo, o más concretamente
dentro de la realidad más inmediata en la que coexistimos. Y dicha posición, a su
vez, determina la línea de suma de historias que narran nuestra vida.
Y, sobre esta premisa, a mis ya
43 años, no puedo más que preguntarme cómo hubiera sido mi vida si hubiese ido
a mayor o menor ritmo de velocidad en cada una de las diferentes etapas de la
vida por las que hasta el momento he pasado. O, como me gusta decir, en estas
tantas “vidas pasadas” vividas en esta misma encarnación. Cómo sería mi vida, y
por extensión el dibujo del trazo de la suma de historias vividas, si el ritmo
de velocidad hubiera sido, en todo caso, menor. ¿Cuál sería mi posición espacio-temporal
actual en el universo conocido, si la velocidad personal hubiese ido a otro
ritmo? Ya que tengo la sensación, como un mal bailarín que pisa a destiempo
sobre la plaza la música que tocan, de haber perdido por el camino maravillosas
historias posibles al haberlas contraído antes que surgieran o expandido con
tal rapidez que no pudieron llegar a crearse.
En todo caso, de nada sirve
quejarse, pero sí preguntarse qué marca el ritmo de velocidad de nuestras vidas
que determina nuestra posición en el mundo en todos y cada uno de los instantes
que juntos suman nuestra fugaz historia (esa historia que acaba diluyéndose en
el horizonte del océano del olvido). Y, al final, frente a la pregunta del
millón, uno acaba volviendo a las mismas conclusiones clásicas de siempre: el
movimiento vital de cada cual viene marcado por nuestros determinismos
biológicos, ambientales y psicológicos. En definitiva, que si vamos a desritmo
por la vida, es que somos defectuosos, indiferentemente que sea por exceso o
defecto de velocidades.