Reinventarse o morir, esa es la
gran enseñanza de la crisis. Pero para poder reinventarse, antes hay que
desapegarse de un pasado que no existe. Un condicionante psicológico por lo que
miles de personas hemos tenido que pasar, en un trabajo consciente o
inconsciente de gestión emocional, consumiendo más o menos tiempo vital según
cada cuál, hasta aceptar el punto en el que nos encontramos y, desde esa
aceptación del aquí y el ahora, renovar las fuerzas para poder reinventar un
nuevo futuro. O, lo que es lo mismo, reiniciar la creación de una nueva
historia personal. Una historia donde el protagonista es la persona, que puedes
ser tú, yo o el vecino, con nombres y apellidos, con proyectos e ilusiones, con
familia y vida social y, por supuesto, con una vida económica que dignifique la
condición del ser humano.
Sí, el ciudadano de a pie, esa
persona de 30, 40, 50, 60 o 70 años, considerada en algunos círculos propios
del Mercado como ciudadano de segunda, y por tanto con derechos de bajo nivel y
obligaciones de alta intensidad, en antaño merecedor del título social de clase
media, ha superado con nota la prueba psicológica de desapegarse de un pasado
ya inexistente para reafirmarse en sí mismo como individuo y así poder
reinventarse.
Reinventarse no es más que
emprender un nuevo camino, dirigir la mirada hacia un horizonte que se intuye
pero aún no se ve, buscando nuevos paisajes donde poderse autorrealizar como
persona y encajar como individuo de una sociedad, con el paso prudente y sabio
de la experiencia acumulada, y empujado por la inercia de la fuerza de la
esperanza y los vientos de la ilusión por alcanzar una vida mejor. Y justamente
este impulso emprendedor de suma de miles de individualidades de un gran capital humano en
España, que desean reinventarse por derecho natural y crear actividades
socioeconómicas allí donde no las hay, es el que genera un movimiento colectivo
hacia delante, el que crea valor social y un tejido productivo económico que permitirá
al Estado avanzar, superar la crisis y crear un país mejor basado en el
bienestar social.
Pero a estas alturas de la
película, nuestro Estado continúa apegado a un pasado inexistente y, por tanto,
negando la mayor de la situación real actual de nuestra sociedad. Así, frente a
cualquier nueva iniciativa emprendedora, que desea reinventarse e innovar
personal y socialmente, la boicotea con un sistema administrativo y legal
exasperante y agotador, y una maquinaria fiscal e impositiva penalizadora solo
apta para economías privilegiadas, muy alejado de las políticas de
emprendedoría de Gran Bretaña, Francia o Alemania, y más propio de un Reino
recaudador decimonónico. Llegados a este punto, uno se llega a cuestionar las
intenciones reales de la maquinaria de nuestro Estado y sus gobernantes, en un
país donde una pequeña minoría de ciudadanos de primera, de respetables
apellidos, se enriquecen objetivamente de la pobreza colectiva. Sin entrar a
valorar el papel de las entidades financieras, cuyo saneamiento ha ido a cargo
del conjunto de los ciudadanos, pero cuyas condiciones de préstamos al consumo
son parejas a solicitar la condición de virginidad a un divorciado/a.
Amig@, todos tenemos la capacidad
innata de reinventar nuestras vidas. Que no te digan lo contrario, pues tuyo es
el derecho natural a una vida digna. Pero así mismo, todos tenemos el derecho a
exigir que no nos pongan trabas en nuestro esfuerzo por reinventarnos, ya que
la gestión de la reinvención y la innovación es un derecho y una obligación
compartida entre individuo y Estado al que pertenece. Y, además, existen tantos
modelos económicos de Estado como tipos de sociedades se deseen construir. Así
pues, nuestra es la elección tanto de reinventarnos como de la sociedad por la
que apostamos.
(Artículo publicado en Cataluña Económica)