La vida es frágil porque
debe reinventarse cada día, sino no sería vida, sino sería la nada.
La vida es continuo
movimiento en constante evolución, pero para que haya evolución debe haber
nacimiento y muerte, pues sino no sería vida continua, sino vida punto y aparte
donde se abocaría a la nada.
La fragilidad de la vida
es la esencia de su propia fortaleza, de la fuerza continua de la vida por
actualizarse constantemente en una mejor y renovada versión de sí misma.
La fragilidad de la vida
hace posible la continuidad de la vida, ya que se perpetúa en el espacio-tiempo
a través del ciclo continuo de muerte y renacimiento.
La fragilidad de la vida
nos convierte a todos y todo en prescindibles, pues nuestra prescindibilidad
retroalimenta la continuidad de la propia vida en su regeneración eterna.
La fragilidad de la vida
se mueve sobre las coordenadas existenciales de la dualidad, cuyas fuerzas de
polaridad opuesta permiten la acción de movimiento de la propia vida en el
continuo espacio-tiempo.
Nuestro mundo dual,
-donde la noche no puede ser sin el día, ni el invierno sin el verano, ni la
inspiración sin la expiración, ni la tristeza sin la alegría, ni la luz sin la
oscuridad-, es la estructura cosmogenética de la fragilidad de la vida que en
su continua rotación pendular en su dualidad permite la acción de movimiento
necesaria para su existencia.
La vida es movimiento,
pero para que haya movimiento debe haber contrastes de causa-efecto, de
acción-reacción, en un sistema existencial de referencias dual y polarizado,
donde la concatenación e interrelación múltiple de diversos planos
dimensionales de vidas frágiles –y, por tanto efímeras-, generan el engranaje
de movimiento de la propia Vida.
La muerte en la fragilidad
no es más que el revulsivo en que se reafirma la vida para continuar existiendo
en su efimirez.
Cada aliento de vida
desencadena la existencia a otra vida…
Por ello, sé que soy
frágil en mi esencia. Porque formo parte del movimiento de la vida que se
impulsa a través de mi efímera existencia.
Y en la aceptación de
esta realidad me siento liberado de las cargas circunstanciales de mi humilde
historia. Pues es en el desapego donde radica mi fuerza, ya que permite
armonizarme con el flujo natural, frágil y efímero de la propia Vida.
Inspiro y expiro en mi
efímera fragilidad.