Si cultivásemos en los
seres humanos el Respeto por la Vida, sería inconcebible el hecho de permitir que haya personas que
vivan en la miseria, o incluso mueran a causa de ella, frente a otras que viven
en la abundancia, ya que eso no es Respeto.
Si cultivásemos en los
seres humanos el Respeto por la Vida, sería inconcebible el hecho de permitir
que se maten o maltraten a los animales,
por comercio, ocio, desprecio o simple desidia, porque eso no es Respeto.
Si cultivásemos en los
seres humanos el Respeto por la Vida, sería inconcebible el hecho de permitir
que se talen árboles, se exploten montañas, se maltrate la tierra, se
contaminen los ríos o se adultere el aire, ya sea por inconsciencia o mala fe, porque
eso no es Respeto.
Si cultivásemos en los
seres humanos el Respeto por la Vida, sería inconcebible el hecho de permitir
que ningún ser vivo sufriera sin intentar paliar por todos los medios su
sufrimiento. Porque Respetar la Vida en cualquiera de sus manifestaciones es
Amor, y no hay Amor sin Conciencia, ni esta sin un conocimiento espiritual y
científico del hecho esencial y trascendental de que formamos parte indivisible
de un Todo.
(Véase el artículo:
“Formamos parte de un Todo cohesionado por la energía del Amor”)
Todo lo que sea
fraccionar la verdad fundamental del Todo del que formamos parte, todo lo que
represente dividir y fragmentar dicha Unidad, fomenta la ilusoria división de
hacernos creer seres individuales y desconectados del Todo, donde prima el
beneficio personal en detrimento del beneficio colectivo. Es aquí donde tiene
cabida el egoísmo, la falta de generosidad y la carencia de humanidad, todo
ello bajo el falso precepto social al que llamamos competitividad y que lo
justifica todo.
En nombre de la
competitividad, cuya razón de ser es la división del Todo, permitimos las
mayores atrocidades para la sensibilidad de cualquier ser humano con un mínimo
de conciencia despierta. Solo hay que dar un repaso a las noticias de rabiosa
actualidad, ya sean de ámbito local o internacional. Allí donde existe dolor,
sufrimiento e injusticia humana, social o medioambiental, allí encontramos la
huella fría y férrea de la competitividad amparada por la legislación a medida y
protegida por el viejo poder económico de turno. Porque la competitividad es la búsqueda del
máximo beneficio económico personal posible, y no puede existir competitividad
sin egoísmo, ni este sin una esclavitud hacia los deseos objeto del egoísmo
como a aquellas personas, medios o instrumentos que pueden facilitarlos. Y está
claro que en esta concepción individualista de mirar exclusivamente por uno
mismo no hay cabida para el Amor, y sin
Amor no se concibe el Respeto por la Vida.
La buena noticia es
que tanto la competitividad como el Respeto por la Vida son dos cualidades que
se pueden educar. Actualmente, como sabemos, se nos educa a todos los niveles
desde la competitividad, como máximo valor de las sociedades modernas. Pero si
queremos evolucionar como seres humanos, y a la vista de los actuales resultados
sociales y medioambientales obtenidos a escala global desde la hegemonía moral
de la competitividad, ha llegado la hora que sustituyamos este principio social
por el del Respeto por la Vida. Porque la competitividad es egoísmo y
esclavitud, frente al Respeto por la Vida que es Amor y Libertad. Porque la
competitividad es la búsqueda del beneficio individual, frente al Respeto por
la Vida que es la búsqueda del beneficio de, por y para Todos.
Amig@s, el
conocimiento, que despierta conciencias, se transmite a través de la enseñanza.
Si queremos ayudar a crear un mundo mejor, debemos fomentar una nueva
humanidad. Así pues, si nuestros gobernantes no cuentan con la altura de miras
y nivel de conciencia suficiente para introducir en nuestros sistemas
educativos el conocimiento esencial de que formamos parte de un Todo -porque no
les interesa educar a seres humanos Libres, Autorrealizables y Felices que vivan
de espaldas a esa competitividad de mercado que solo beneficia a unos pocos-, seamos nosotros
mismos, a nivel local, desde casa y desde nuestras pequeñas escuelas, que
enseñemos a nuestros hijos a ver el mundo bajo los ojos de la Unidad de la que
formamos parte. He aquí, como seres evolucionados, nuestro compromiso activo y
nuestra revolución personal con la humanidad y con el propio planeta.
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