Somos la única especie,
los seres humanos, que hemos creado un mundo dentro de otro mundo. Un mundo con
sus propios regímenes de poder, que definen nuestras volátiles estructuras
sociales. Un mundo con sus propias leyes, que cada día modificamos según conveniencia
de unos, más bien pocos, más que de los otros, que somos los muchos. Un mundo
con sus propios dogmas de creencias, que generan un conocimiento academizado en
continua revisión. Un mundo con su propio mercado financiero, que crea unas
reglas artificiales de funcionamiento para la economía real de la vida
cotidiana de las personas.
Así pues, ¿qué sucede
cuando salta el dispositivo de fallo en el sistema del funcionamiento de las
reglas artificiales que hemos creado para la economía real de la vida de las
personas? Pues que, como es evidente, se pone en peligro la capacidad económica
de las personas y, por extensión, la posibilidad de vivir una vida digna. Pero,
más allá de esta obviedad que es de rabiosa y triste actualidad en nuestra
sociedad, el fallo de funcionamiento en la economía real representa, en una
cadena de relaciones escaladas de causa y efecto, un fallo en el mercado
financiero que ha sido construido bajo unos dogmas de conocimiento humano,
profundo y exclusivamente humano, muy concretos.
Dicho esto, podemos
afirmar que los conocimientos concretos en gestión económica y empresarial, que
tan profusa y extensamente enseñamos en las universidades como principios
universales, tan solo funcionan en ese mercado artificial que hemos creado los
hombres. En otras palabras, sin el tablero de juego –que es el mercado- que
habíamos inventado, no sirven las reglas de juego que habíamos creado
expresamente para el mismo. He aquí pues el estado de la situación actual: ni
existe ya ese mercado artificial para el que nos habíamos preparado, ni podemos
seguir utilizando las reglas aprendidas por inservibles fuera de ese mercado ya
inexistente.
Llegados a este punto,
¿cómo vamos a salir de esta? La respuesta está en apostar por la fuerza de la
vida, en contraposición de seguir apostando en la aplicación sistemática de
conocimientos intelectuales aprehendidos en los laboratorios asépticos de las
aulas, donde los profesores –en muchos casos sin experiencia- venden y se
venden con unas reglas mágicas para un mundo empresarial de fantasía.
Recuerdo hace ya unos
años, en mis tiernos primeros escarceos profesionales con el mundo empresarial
como periodista económico y consultor de patronales, que ya entonces me percaté
que los empresarios de este país que generaban la riqueza de nuestro estado de
bienestar social eran mayoritariamente autodidactas. Mientras que las segundas
generaciones, que generalmente ejercían un perfil de controlers como CEO’s en
detrimento del espíritu emprendedor de sus padres, representaban la generación
que aportaban los títulos universitarios como trofeos sociales a las paredes
del negocio familiar.
Unos, los padres, los
autodidactas, fluían por el río de la fuerza de la vida, mientras que los
otros, los hijos, los academizados, se movían por un rígido esquema de
referencias planificado sobre un cuadro de explotación al que llamaban plan de
negocio. ¿Y ya se sabe qué diferencia existe cuando uno camina por la vida con
actitud flexible, frente a aquellos que la encaran de manera rígida, verdad?
Pues que los primeros están abiertos a nuevas posibilidades puesto que no se
enfocan en el proceso sino en el objetivo, mientras que los segundos se
autolimitan puesto que están enfocados más en las expectativas del
comportamiento del proceso que en el propio objetivo.
Así pues, aunque sea de
manera deductiva, acabamos de encontrar la fórmula secreta para reinventarnos
en una situación de quiebra del sistema de referencias donde nos hemos quedado
sin tablero de juego: reengancharnos a la fuerza de la vida. Ok!, nos diremos,
pero, ¿cómo lo hacemos?. Para alinearnos con la fuerza de la vida necesitamos
básicamente resetearnos en tres pasos claves:
1.-Focalizarnos en
nuestra inteligencia emocional, frente a la inteligencia mental creada a partir
de los conocimientos aprehendidos.
2.-Focalizarnos en
nuestro desarrollo competencial (habilidades naturales), frente al desarrollo
intelectual (habilidades aprehendidas).
Y, 3.-Posicionar la
inteligencia emocional y el desarrollo competencial en el epicentro de nuestro
universo personal, frente a los conocimientos y habilidades aprehendidas que
situaremos en la periferia de nuestro sistema existencial.
Ya que el secreto de la
magia creadora de la vida está en entender que es el Corazón quien tiene el
poder de crear realidades posibles, mientras que la Mente tan solo –que no es
poco- le acompaña para ayudarle a dar forma en el mundo de la materia. Y no a
la inversa, ni tampoco sin la participación alineada de ambos centros motores
de todo ser humano.
A partir de aquí, ahora
que ya sabes cómo reinventarte, ¿a qué esperas a crear tu nueva realidad? Tu
nuevo futuro comienza hoy.