¿Cómo vivir sin dinero y
continuar sonriendo? Esto es justamente lo que hoy en día se pregunta el 26% -y
suma y sigue-, de la población española. Un verdadero drama social de consecuencias
impredecibles, ya que como sabemos toda causa tiene su efecto y todo efecto
tiene su causa.
La falta de recursos para
poder desarrollar una vida digna por parte de millones de personas significa
que la balanza de la distribución del bien común está desequilibrada, por lo
que una parte minoritaria de la sociedad ha concentrado un volumen excesivo de
recursos colectivos en detrimento de la otra parte mayoritaria de la sociedad.
Una práctica insostenible en el tiempo ya que la física nos demuestra que cuando
una energía crece en exceso fuerza a su opuesta (de idéntica naturaleza pero
diferente grado) a concentrarse, lo que a la larga provoca una nueva
transformación.
Es como el proceso
natural de la lluvia: tras un período de sequía el exceso de vapor de agua
concentrado en las nubes provoca su estallido en forma de lluvia que vuelve a
regar los campos para volverlos fértiles, par dar paso a un nuevo periodo de
evaporación de la humedad ambiental que vuelve a concentrarse en las nubes para
finalmente volver a expandirse como lluvia. El ciclo de la vida.
Podríamos decir que las
tierras fértiles son el mercado laboral, la lluvia la capacidad de consumo
(interno público/privado, y externo) y que las nubes son el mercado financiero
(ya sean en manos de titularidad física o jurídica, o en paraísos fiscales o
no). Y sí, también podemos decir que ahora nos encontramos viviendo en una
situación en la que los campos del mercado laboral están secos y yermos,
inmersos en una época de carencia de lluvias que deshidratan hasta la
extenuación los tres brotes básicos del consumo de un país, mientras las nubes
del mercado financiero concentran –de manera opaca- la práctica totalidad de
los recursos económicos de la sociedad, siendo conscientes que dichas nubes del
mercado financiero no son más que un burdo camuflaje virtual de cartón y piedra
detrás del cual se refugian personas con nombres y apellidos ávidos de robar lo
ajeno (pero esto es contenido para otro telediario).
Como vemos, la Teoría de
la Lluvia nos dice que toda fuerza centrípeta, llegado un punto crítico,
explota de manera expansiva provocando una transformación de su entorno. Por lo
que la concentración de recursos económicos por parte de los mercados
financieros llegará un momento que será insostenible para el ecosistema de
cualquier sociedad –ya que el mercado financiero forma parte de la sociedad y,
sin ésta, no puede existir-, redistribuyendo los recursos financieros por el
conjunto de los campos donde crece la economía real.
La diferencia entre el
proceso natural y cíclico de las nubes, y los mercados financieros, es que
estos últimos son una creación artificial del hombre, por lo que a cada
experiencia de su particular bing-bang su naturaleza se ve alterada por un
profundo proceso de redefinición y reinvención para hacerla más compatible y
sostenible con su propio medio natural: la sociedad.
Mientras tanto, la falta
de lluvia de capacidad de consumo que seca nuestros campos del mercado laboral
hace la vida imposible para millones de personas que continúan viviendo porque
dejar de respirar no es una opción, descubriendo por sí mismas que hay vida más
allá del dinero, viviendo fuera del marco de la ley porque ya no les protege, y
encontrando el camino personal que da el poder de crear un sistema económico
sustitutivo y complementario al mercado financiero, a la espera que éste vuelva
a estallar redistribuyendo así los bienes comunes que concentra y que
pertenecen al conjunto de seres humanos por derecho natural.
Así que la respuesta es
sí, sí que se puede vivir sin dinero y continuar sonriendo, porque la fuerza de
la vida siempre se abre paso ante cualquier circunstancia, porque el hombre es
un inconformista ser creador de realidades alternativas por naturaleza, y
porque ante la amenaza de lluvias torrenciales todos miramos esperanzados y con
espíritu revolucionario al cielo cantando al unísono “¡Ojala que llueva café en
el campo!”.